Se desarrolla durante la campaña de Lustria de ya no me acuerdo que año, como molaban los torneos temáticos.
Rescatada de mi baúl de los recuerdos, os la comparto por si os gusta. Un saludete.
Rescatada de mi baúl de los recuerdos, os la comparto por si os gusta. Un saludete.
Chillidos
Por David Pérez Rodríguez
CalamarRojo
La vegetación era un pequeño estorbo comparado con el calor y la humedad, lo que a su vez no era nada comparado con tener que soportar al bocazas del capitán Sir Renualdo de no sé qué jodido sitio de en medio de la jodida Bretonia. Renualdo era el tópico Bretoniano, hijo de noble, cuyo padre antes de tener que seguir soportando la presencia de un hijo más que luchar por la herencia de sus tierras, lo enviaba en virtud de sus dotes y bajo la bendición de la dama, a alguna estúpida campaña lo más lejos posible a ver si hacía fortuna con un golpe de suerte, o se perdía dentro del estomago de alguna bestia.
Hacía 3 semanas que la compañía mercenaria había desembarcado en Lustria, y por seguir las órdenes de su afanado y pedante capitán primerizo, habían arribado demasiado lejos del resto de la flota partida desde Estalia, la cual buscaba el oro que el tal Marco Colombo había pregonado por todas las ciudades del Mediterrani.
Rodrigo Vázquez era el teniente reclutador que había convencido, intimidado y sobornado a los marineros, “si algo evita que me amotine es que el jodido del Sir paga condenadamente bien”, se repetía para sus adentros tratando de no cerrarle la bocaza de un golpe al “caballerito” Bretoniano cada vez que profería sus incompetentes ordenes.
- “¡Señor!” - Uno de los exploradores que se habían adelantado volvía corriendo hacía la expedición excitado, con una de esas sonrisas que solo se ven en los adolescentes cuando consiguen con éxito finalizar el cortejo de una buena moza Estaliana. Era un buen y joven muchacho, un grumete hijo de tabernero, demasiado embriagado con exageradas historias de marineros sobre fortuna, oro y sirenas que se había colado en el barco y entre echarlo al mar o dejarlo estar, decidieron que alguien tenía que ayudar al gordinflón del cocinero en fregar platos y limpiar de gusanos las manzanas.
Sir Renualdo interrumpió el encuentro con esa pomposa voz que más que endulzar a las tropas, empalagaba , - “¿Qué pasa grumete?” - , qué tan fuera de lugar se encontraba montado en su caballo en medio de la jodida selva - “¿Qué nuevas traes?”
"Idiota y pedante" se dijo para sí mismo Rodrigo mientras le hacía una seña al chico para que le dijera al pijo que es lo que había encontrado.
- “¡Ruinas llenas de oro!, ¡una ciudad deshabitada con rebosante oro!”, la palabra oro entre esos perros de la guerra era como dejar caer una gota de sangre en un mar infestado de tiburones.
- “Fortuna la nuestra, no perdamos tiempo, guíanos chico” dijo Sir Renualdo intentando imitar una pose sacada de algún cuadro de hazañas bretonianas. “¡Adelante mis valientes, el oro y la gloria es nuestra!”.
"¡Joder!", retumbaba la palabra en la cabeza de Rodrigo.
La expedición aceleró su marcha con el eco de oro rebotando entre las bocas de cada hombre, mientras todo símbolo de cansancio, desapareció de las caras transformándose en sonrisas de alegría según les iba tocando la palabra oro en sus mentes.
- “Demasiado fácil y demasiada suerte señor Renualdo, ¿no deberíamos investigar prudentemente?”
- “Pamplinas buen Rodrigo, ¿no confiáis en mi criterio?, cualquier resistencia que pudiera existir en esas ruinas habrá huido al conocer del poderío de esta expedición”
- “Pero señor” repitió Rodrigo “Deberías confirmar la presencia hostil antes de exponernos”
- “¡Callad Rodrigo! o me veré obligado a relevarle de su cargo y retirar vuestra parte del botín"
"Hijo de ...", dejó caer entre susurros Rodrigo mientras se rezagaba.
- “¡Ahí está!” señaló el novato explorador, “Las ruinas y el oro”
Sir Renualdo no se contenía la risa que rápidamente contagió a todos los hombres. Sonrisas en cada rostro que evolucionaron en carcajadas, mientras el caballero avanzaba hacía una montaña de joyas apiladas en el centro de la ciudad a la par que alentaba a los hombres al pillaje.
- “¡Somos ricos!”, el grumete se había encaramado a lo más alto de una estatua vestido desde los pies a la cabeza de joyas, bailando y cantando alentado por los hombres que disfrutaban de sus payasadas y del contacto del frío oro entre sus manos. Los ojos del chico se pusieron blancos, de la comisura de su boca empezó a salir sangre que era escupida entre convulsiones mientras empezaba una caída contra la piedra del camino, docenas de artefactos metálicos no dejaban de clavarse a su espalda con cada metro de caída. Un chillido procedente de la selva, la selva chillaba y de sus sombras y recovecos empezaron a salir roedores del tamaño de gatos, de hombres y algunos tan grandes como ogros. “¡Por la bendita dama del lago!”, Sir Renualdo retrocedió hasta su montura mientras le temblaban las manos que buscaban su espada. Un destello verde lo envolvió, y su carbonizado cuerpo cayó al suelo como un saco, de uno de los balcones ruinosos uno de los seres se hizo destacar sobre los demás. Su cabeza estaba ornamentada por dos cuernos y su pelaje era una parodia del puro blanco, y chilló siseando viejo mundano “¡Bienvenidos bienvenidos a los dominios de M'krti-chik cosas humanas!, ¡ahora ahora nosotros bailad, vosotros morid!”. Y la selva chillo de dolor con voces humanas.
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