sábado, 6 de agosto de 2016

Relato Ojos en la arena

Bueno, debido que el relato que presente a el concurso Domingo Santos, no ha sido nominado :P, lo pongo por aquí por si alguien quiere entretenerse.

Ale! Disfrutad... espero :P


Ojos en la arena

Al galope, entre los cañones de piedra de Capadocia, en el interior del imperio Otomano, pidiendo lo imposible de un caballo, Tariq espoleaba al animal hasta la extenuación. En su forzada carrera, la montura no pudo mantener el equilibrio y tropezó proyectando a su jinete contra el suelo, el cual, sin pararse a comprobar sus heridas, mareado, ensangrentado y delirando por el pánico, se arrastró hacia un conjunto de grandes rocas. Y escondido, cerrando los ojos con todas sus fuerzas, se tapó la boca con las manos para sofocar sus jadeos y ocultar su llanto. 

Los relinchos de terror y dolor del caballo inundaron el paisaje por unos minutos. Cuando por fin se apagaron, se concedió un largo rato de espera antes de abandonar a duras penas su escondite. La arena estaba fangosa de sangre donde debería haber estado el animal y no había ningún otro rastro, tampoco de su perseguidor. Se relajó por un momento, y cuando su cuerpo fue consciente de lo que había sufrido en tan breve lapso de tiempo, cayó inconsciente. 

- Que la paz esté contigo, desconocido.

Tariq se terminó de despejar. Se encontraba tumbado en una improvisada cama en el interior de una de las numerosas aperturas en las paredes de roca que definían el camino. 

Su torso estaba desnudo, y las heridas, de las cuales todavía no se había percatado, habían sido tratadas. Tras flexionarse para sentarse, no notó tanto dolor como esperaba. La noche había caído, y compartiendo el refugio, iluminados por la poca luz que arrojaba una lámpara de aceite que dominaba el centro del campamento, se encontraban a resguardo, cuatro hombres y cinco caballos con él.

El que le había dirigido el saludo, tenía en una mano un pequeño queso a medio comer, y en la otra, un cuchillo con un pedazo recién cortado ensartado en la hoja, el cual se llevó a la boca a la vez que le dirigía la palabra.

- ¿Qué hacías solo en medio del desierto, desconocido? - Dijo mientras masticaba.
- No tienes por qué llamarme desconocido, llámame Tariq Hamad. ¿Quiénes sois vosotros? - El hombre del queso se concedió el tragar antes de responder. 
- Esa pregunta no va a tener respuesta inmediata, hay algunas cuestiones que desconocemos de ti y nos gustaría saber si hablamos con un amigo.
- ¿Por qué no voy a ser amigo vuestro?, si os debo la vida. Me habéis salvado.

Por un momento perdió el sentido de la realidad. Los recuerdos confusos de lo que había ocurrido, desplazados durante la inconsciencia, le sobrevinieron a su mente, y sin saber cómo continuar, calló. 

El hombre del queso, visiblemente consciente de la aflicción de Tariq, cortó otro trozo y se lo ofreció.

- En realidad no te hemos salvado de Azi Visapa. Te hemos salvado de los más clementes animales del desierto, o de morir de sed. Alá es grande y es Él el que te ha guardado la vida.

Tariq, todavía confundido, sin dudar, respondió sin pensar. 

- Dios es grande - dijo - pero has de saber que soy cristiano y no musulmán. -

El hombre del queso, se quedó mirándole, sorprendido por la seca contestación, pero no retiró la mano como Tariq, asustado por su irreflexiva respuesta, esperaba.

- Cada cual tiene sus defectos - dijo sonriendo - no por ello te voy a negar un trozo de queso y nuestra compañía. Toma, come - Le entregó el queso y el cuchillo, y él se comió el trozo que antes le había ofrecido mientras se levantaba y se acercaba a los caballos.
- Supongo que vienes de España. Tu acento te delata. ¿Eres otro de los expulsados? 

El hombre seguía hablando, pero Tariq había dejado de escuchar, su mente trataba de ordenar sus últimos recuerdos, la descomunal silueta que salió de la nada, la carrera, la caída, la voz de la muerte y el olor a sangre, todo parecía haber sido un mal sueño, pero este hombre le había puesto un nombre a su pesadilla y sus heridas eran testigos de lo que había sido una realidad.

- ¿Azi Visapa? - balbuceó Tariq, - ¿Ese demonio tiene nombre? -
El hombre, que había parado de hablar para beber de una vejiga de cabra, se secó la boca con la manga, pero fue otro de los presentes quien respondió. 
- Tiene nombre y dientes como espadas, devora a hombres y bestias por igual, su inteligencia no es de este mundo, muchos han sido muertos por él...

Los otros dos presentes ahora atendían a la situación mientras el que había tomado la palabra se acercaba, gesticulando sus palabras, arropado por las sombras que proyectaba la poca luz de la lámpara, dando una densidad mayor a sus palabras.

- Azi Visapa es viejo, ha vivido muchos años, antes que Isa, el profeta que tu llamas el Cristo viera la luz, antes que los hombres se llamaran hombres, pero el tiempo no le hace mella.

Tariq estaba turbado de manera visible y los demás disfrutaban con sus evidentes muestras de terror según continuaba la narración, pero el hombre que le había ofrecido el queso interrumpió.

- Y nosotros vamos a matarlo -
Se hizo el silencio. Miró a los demás, de sus anteriores caras burlonas se había apagado las sonrisas y el hombre siguió hablando.
- Mi nombre es Khaaleh Mehmetzade, el que exagera es mi hermano Zamir y ellos son mis primos Ibrahim y Ali Kemalzade, y por tu cara Tariq, debes creernos unos locos o mentirosos. Pero te digo que a esa bestia se la puede matar, ya otros de sus demoníacos parientes han caído antes en la historia - Khaaleh dejó la vejiga en el suelo. - y esta será una más. Pero no debes preocuparte, pues esto no es tarea para ti, deberíamos dormir, sobre todo tú. Mañana continuaremos el viaje, te dejaré en la casa de un buen amigo no muy lejos de aquí.  A partir de ahí podrás continuar tu viaje y olvidarte de lo sucedido. No tengas miedo esta noche, Azi Visapa ha matado hoy, no se dejará volver a ver pronto.

Khaaleh se acercó a la lámpara y apagó la llama.
Pese al miedo y la tensión, Tariq se quedó dormido enseguida. Fue una noche sin sueños. Cuando despertó, al sol todavía le faltaba para amanecer. Todos dormían menos uno de los primos de Khaaleh, Ali, que hacía guardia sentado en el límite de la apertura, el cual, con un mosquete en sus rodillas y espada en cinto, tenía la mirada perdida en el cielo estrellado. 

Tariq se apoyó en la pared de roca haciendo el esfuerzo de ponerse en pie y se dirigió con paso poco firme hacia el exterior del campamento. Ali lo sintió, y al verlo, le ayudó a moverse.

- ¿No crees que podamos matar a la criatura? - le preguntó Ali.
Tariq, ahora separado de los demás, se había bajado los pantalones para orinar, y esperó a terminar tras entornar los ojos de dolor para darle respuesta.
- No creo que nadie pueda matar a esa criatura. Pero no seré yo quien ponga en duda a mis salvadores.

La respuesta de Ali fue una triste sonrisa.

Cuando volvieron con el resto, los demás ya habían empezado a despertarse. No les costó mucho desperezarse, y enseguida estaban levantando el campamento. Comieron ligero y redistribuyeron el equipaje que le correspondía al quinto caballo entre el resto para que Tariq lo montara. Cuando comenzaron la marcha, el sol comenzó a asomar en el horizonte.

Tariq viajaba en medio de la formación, delante de Zamir y detrás de Ibrahim, Khaaleh lideraba la marcha y Ali la cerraba.

- Dime, ¿qué haces en estas tierras?, ¿los gordos sacerdotes cristianos no se creyeron tu conversión? -  Comentó Ibrahim sin mirarle.

Tariq no contestó, no quería hablar de su procedencia, no quería tocar ningún tema. Su cabeza ya se encontraba muy ocupada luchando por expulsar el recuerdo del día anterior, el cual trataba de instalarse en su mente ocupando el lugar de su cordura. Cuanto menos supieran de él y el de ellos más fácil sería evitar problemas y cortar lazos con esta pesadilla.

La mañana dio paso al mediodía, e hicieron un alto para descansar aprovechando la sombra en otra de las frecuentes y poco profundas cuevas en la roca. Pese a que se había mostrado distante, se sentía en gran deuda, así que comió sentado entre ellos escuchándolos hablar y participando como atento oyente de sus anécdotas familiares.
- Khaaleh - empezó Tariq - ¿por qué vais detrás del demonio? ¿Es alguna clase de venganza?
- No. - Fue lo único que tuvo por respuesta, además del silencio del resto.
- Si vuestro deseo es mataros, ¿no hay maneras más agradables?
- No Tariq, no lo entiendes. Nosotros podemos luchar y porque podemos, debemos. El tiempo de los de su casta ya ha pasado en la tierra, ahora es el tiempo del hombre, y es nuestro deber con nuestros hermanos, como hicieron los héroes que nos precedieron, matarlo a él y a los que queden de los suyos.

Tariq no volvió a hablar, y los demás también callaron. Él había visto al monstruo, y aunque su mente nublaba los detalles, su subconsciente aterrado le decía que lo que había visto no podía ser obra del creador y que ni estos hombres, y ni ningún otro, podía tener una oportunidad contra la bestia. De cierto que el arsenal del grupo era numeroso para ser solo cuatro hombres. Por cabeza contaba dos mosquetes y dos pistolas, armas que revisaron meticulosamente al salir en la mañana y al hacer el alto, las cuales, reposaban sobre las telas desplegadas para cubrir el suelo, si no eran llevadas colgadas del hombro o del cinto. Cada hombre además llevaba una cimitarra y un puñal, y colgando de la silla de cada caballo, un arco con su correspondiente aljaba y flechas. Quizás se equivocaba con sus miedos, pero por lo menos, con ellos, se sentía a salvo, así que abrumado todavía por el esfuerzo del día y sus heridas curándose, cerró los ojos y se quedó dormido profundamente.

Vio a la criatura durante el sueño. El velo que había estado tejiendo su mente para protegerse se había roto y le mostró el origen de su terror. Una masa deforme de carne negra, con múltiples ojos que brotaban de todo el cuerpo, los cuales le dirigían la mirada sobrepasando la irrealidad del sueño más allá de toda pesadilla, y en ese momento despertó.

Los demás habían empezado a recoger cuando la tierra tembló durante un instante y se elevó bajo uno de los caballos aplastándolo contra el techo del estrecho refugio. Cuando ésta volvió a descender, se hundió en un socavón arrastrando el cadáver del caballo a su interior.

El resto de animales habían estallado en relinchos de pánico, y todavía libres del equipaje, emprendieron su fuga. Khaaleh ordenó a los demás que se prepararan y se retiraran del agujero. Todos tenían un mosquete en mano cuando la criatura emergió impulsada por unas patas peludas como las de una araña. De lo que se podría llamar su espalda, brotaban tentáculos que se sacudían como si tantearan el aire intentando atrapar pájaros invisibles. Sus numerosos ojos se clavaron en todos y en todo, y atrapado en sus fauces, portaba el caballo muerto quebrado en una manera horrible.

No abrieron fuego los cuatro, solo tres dispararon su mosquete, Ali, lo había dejado caer al suelo y rezaba entre lloros. De los demás solo dos hicieron impacto en la bestia, el cuerpo del caballo usado como cobertura por el monstruo se llevó el tercero, pero los que la hirieron, provocaron cráteres de sangre negra que salpicaba en todas direcciones. 

Desprovistos de un segundo mosquete cerca, Khaaleh e Ibrahim se retiraron a la par que Zamir recogía el arma a Ali. La bestia soltó al animal y se dirigió hacia los dos primos con solo un par de rápidos pasos. Sus patas se arquearon en un ángulo imposible y empalaron a Zamir y a Ali de un solo movimiento cuando el primero tiraba del segundo para que se levantará. Cargados de rabia y dolor, desde su nueva posición, alejados el uno del otro por varios metros, Khaaleh e Ibrahim abrieron fuego contra los flancos con un segundo mosquete que yacían cargados hace poco en el suelo.

Tariq estaba aterrado, se había quedado inmóvil un instante tras el temblor, pero cuando la criatura surgió de su agujero ya se había retirado y se encogía sollozante esperando neciamente pasar desapercibido entre el equipaje.

- ¡Tariq, perro, coge un arma y lucha por tu vida!
No sabía quién le gritaba, pero lo sacó de su trance. Giró la cabeza y observó a la bestia arquearse hacia un costado según recibía nuevos impactos de las armas de fuego. 

Los primos sin más mosquetes cargados que usar, desenfundaron espada y pistola cuando la bestia, libre de la presión de los disparos, cargó contra ellos con sus víctimas todavía vivas empaladas en su pata. 

Los gritos de dolor de las víctimas, mezclados con los ruidos del combate eran demasiado para Tariq, el cual se había dejado llevar al fin por una locura cargada de desesperación y buscaba a tientas algún arma entre los fardos con los ojos cerrados para evitar el horror. 

Cuando la bestia alcanzó la posición de Ibrahim, Kaaleh abrió fuego con su pistola sobre la masa que se suponía su cabeza aprovechando su ángulo y llamando la atención de la criatura, en ese instante, Ibrahim con dos rápidos y brutales cortes, partió la pata que aprisionaba a sus familiares y con su pistola disparó desde abajo errando el disparo debido a los pasmosos movimientos del monstruo. 

La bestia, sin hacer sonido alguno, abrió sus fauces y derramó una nube amarillenta sobre los tres hombres a sus pies, los cuales solo pudieron gritar mientras su carne se desprendía de sus huesos al contacto con la bruma. 

Tariq dio con uno de los alijos con dos pistolas que llevaba el grupo, las cogió de manera apresurada y disparó contra la bestia al girarse en su dirección sin ni siquiera apuntar, fallando el disparo y casi partiéndose el brazo con el martillazo del retroceso. 

Khaaleh, con solamente la espada en su mano, cargó contra el demonio invocando a Alá y dio un fuerte tajo a la otra pata delantera, la cual se terminó de quebrar por el peso de la criatura, lanzó un segundo tajo al cuello, y como bailando a uno de sus flancos la golpeó nuevamente en el costado hundiendo el arma.

Los tentáculos de la bestia agarraron el sable entre los borbotones de sangre negra que emanaban de su última herida, Khaaleh tuvo que soltar el arma al no poder retirarla y se alejó para reagruparse a la vez que desenfundaba el cuchillo de su cinto. Pero sus movimientos se vieron interrumpidos, pues donde antes la bestia había tenido los muñones de sus amputadas patas delanteras, ahora tenía dos brazos, parodias de los de un ser humano con los cuales había aferrado a Khaaleh por el cuello y en un pequeño gesto, se lo partió con un fuerte crujido.

Tariq, temblando con la otra pistola en la mano, apuntaba esta vez con cuidado cuando contempló la escena. La bestia dejó caer el cuerpo inerte que tenía entre las manos y se dirigió con paso lento hacía él, y con una mirada inteligente, cargada de una sabiduría milenaria, de la bestia brotó una palabra la cual le heló la sangre, - ¡Tekeli-li! - El hombre vio el momento claro, giró el arma y entre lágrimas, se disparó en la cabeza.

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